Soy una convencida del poder de lo colaborativo. De la inteligencia que nace de la interacción y de la suma de cabezas puestas ante una meta común. Mi experiencia personal da cuenta de ello: me encanta la creatividad y disfruto de espacios de producción libre en los cuales el único límite es uno mismo. Pero justamente éste límite (el uno mismo) se hace explícito cuando escasea la interacción. La posibilidad de conversar con otro/s mis ideas, someterlas al análisis y amasarlas con más de un par de manos, brinda una capacidad exponencial de mejora. Algo que llamamos Inteligencia Colaborativa.
Y justo en la cresta de la ola, cuando empezábamos a comprender la importancia de lo grupal, del equipo puesto en pos de un sentido compartido, se cierran las puertas de espacios comunes: oficinas, salas de co-working, bares, casas. Una pandemia que no sólo nos aprieta desde la salud y la emergencia sanitaria, sino que también nos recluye y priva del contacto presencial.
En éste contexto, y dada la esencia social de todo ser humano (nos gusten más o menos las personas), comenzamos a navegar en un sinfín de opciones virtuales para mantener el diálogo y el mirarnos nuevamente aunque sea pantalla mediante. Se realzan aplicaciones que, a pesar de sus inconvenientes técnicos, invitan a la interacción. Nos llevan a reconectarnos con nuestros seres queridos, a festejar un cumpleaños con globos virtuales y a diseñar una oficina virtual 100% ecológica.
En el campo laboral, llegan al alcance de la mano aplicaciones y programas que permiten el trabajo en conjunto a distancia, facilitando el compartir documentos, conversar y producir en conjunto.
En el campo educativo, plataformas de e-learning, aulas virtuales y videos se diseñan para acercarse nuevamente al alumnado, población que ya presencialmente resultaba escurridiza y con la cual el contexto actual invita a redoblar esfuerzos.
En el campo cultural, surgen propuestas de acercar a la población ofertas teatrales, de cine y ciclos de charlas.
Y hasta en el campo de la salud, los psicólogos comenzamos a derribar mitos que respectan a las evaluaciones y diálogos terapéuticos a distancia, facilitando un nuevo canal transferencial.
Sin embargo, no todo es color de rosa. Ya en el ámbito presencial, tropezábamos con algunas piedras en el logro de la inteligencia colaborativa: la falta de comunicación, de sentidos compartidos, la inhibición colaborativa y el conformismo ante el peso de la palabra de unos pocos, resonaban y obstaculizaban el alcance de resultados con valor agregado.
¿Qué nos queda en el campo virtual? Algunas investigaciones abogan a favor de la apertura de voces en la modalidad a distancia, reduciendo el temor de opinar y alzar la voz en un medio no presencial. Sin embargo, esto se daría en plataformas que realmente habiliten el espacio para todos los participantes. Sabemos que esto no es algo que ocurra hoy, conociendo las dificultades técnicas de conexión, audio y solapamiento que existe.
Las video-conferencias demasiado multitudinarias chocan con las mismas dificultades que reuniones multitudinarias presenciales. Con la diferencia que en la presencial, se arman sub-diálogos paralelos, algo que no ocurriría en éste canal virtual.
A modo de pensar algunas soluciones, proponemos a continuación algunos tips a tener en cuenta. Por supuesto, cada grupo humano tiene sus particularidades, por lo que éstos aportes sólo se tratan de ideas a compartir, pero invitamos a cada uno a pensar su propia caja de herramientas virtuales, más afines a su propia organización:

  • Previo a considerar una video-llamada, encontrar canales de comunicación unívocos que permitan registrar información importante y directivas, a la cual cada usuario pueda acceder asincrónicamente en sus momentos disponibles.
  • Los grupos de whats app son muy útiles y ágiles, pero evitar la sobresaturación de información cuando el número de integrantes es muy amplio. Puede llevar a marearse en datos y a perderse en los puntos críticos del mensaje.
  • Fomentar video-llamadas de grupos reducidos, que sean breves y planificadas con un temario, el cual puede ser compartido previamente como guía y semillero de aportes.
  • No abusar de las video-llamadas. Permitir también espacios individuales de elaboración, a fin de que cada persona pueda construir una propuesta a llevar a la reunión colectiva.
  • Tener en cuenta que no todos tenemos los mismos tiempos de trabajo y de procesamiento de información. Proponer plazos reales que, al mismo tiempo, presenten exigencia, para generar un flujo constante de trabajo.
  • Dosificar información. En éstos momentos, es tanta la información que uno recibe diariamente, que es preciso subrayar y discriminar aquellos datos importantes de los que no revisten tanta importancia.
  • Plantear un esquema de prioridades. Es ilusorio pensar que todos vamos a rendir al mismo nivel que lo hacíamos en la oficina. Puede que algunos encuentren afinidad con el modo virtual, pero no todo el equipo presenta las mismas condiciones. Avanzar gradualmente, con estándares más acotados para pisar sobre seguro.
  • Retroalimentar. Repasar lo realizado y chequear comprensión y sensaciones del propio equipo a fin de evaluar “¿cómo venimos?” y “¿dónde estoy parado?”.
    Y principalmente, generar sentidos compartidos, un propósito común que involucre a todos los participantes. Encender esa chispa de interés ante un logro importante para todos, acompañado de una buena moderación y liderazgo a distancia, son elementos claves para alcanzar resultados en éstos contextos.
    Claro que este logro, no es en absoluto sencillo. Continuaremos conversando acerca del liderazgo y gestión a distancia en nuevos escritos.

Por Silvana Váttimo