Pasamos nuestras vidas corriendo, peleando contra un tiempo exigente y escurridizo que se evapora rápidamente.
Postergamos tareas, momentos, pendientes porque el tiempo no nos alcanza y dejamos que el estrés se convierta en el compañero de ruta diario.
Nos impacientamos cuando las cosas demoran más de lo previsto. El pie se mueve al son de “vamos, no tengo todo el tiempo del mundo”
Hasta que un día…
El tiempo dejo de parecer poco.
Advertimos que el minutero podía no ser tan escurridizo.
Y empezamos a desempolvar esa lista de pendientes que pensábamos que nunca recibirían el tilde final.
El orden pendiente. El hobby olvidado. El libro reservado. La caricia postergada. La reinvención necesaria.
Hubo un día en que la frase “no tengo todo el tiempo del mundo” se convirtió en “tengo todo el tiempo del mundo”
Una pandemia que vino a aminorar nuestras marchas y a provocarnos en todos los costados humanos: emociones, proyecciones y relaciones puestas en juego en este telar que tiene varias semanas aún de tejido.
Semanas que pasarán con ritmos heterogéneos, vaivenes emocionales, preocupaciones itinerantes pero que ojalá nos dejen un capital: la reinvención y la fuerza para atravesar momentos adversos, inciertos y cambiantes, permitiéndonos (en los casos en que esto se respeta), parar la pelota y observarla mejor para planear un mejor ángulo de pase.
Y a vos, ¿qué oportunidad te permite tener todo el tiempo del mundo?