Vivimos una época en donde todo debe ser cortito y al pie.
Donde lo extenso es censurado y poco venerado (me incluyo en esta valoración).
Como receptora, confieso que no consumo pieza de información superior a las dos carillas o a los 5 minutos de extensión. Y, cuanto más corto, mejor.
Y, en ese sentido, nos exigimos a transmitir mensajes cortos, de impacto, fugaces.
Pero en esa fugacidad, se escapa muchas veces la profundidad, la riqueza de la idea, la puntada con hilo.
Ojo, no quiero decir con esto que no sea adepta a las charlas breves, a la degustación de ideas (denominación que me encanto de Gerry Garbuksky), a los cuentos cortos. Pero, claro, aplica para el campo del entretenimiento o de la exploración.
Y es aquí donde quiero hacer una distinción. En el entretenimiento cotidiano (el hogareño), buscamos contenidos breves, estímulos del tamaño de nuestra atención dividida. Justamente porque compiten con otras tantas estimulaciones que desfilan frente a nuestros sentidos con total osadía e intrepidez.
Sin embargo, cuando hablamos del desarrollo del conocimiento, del aprendizaje profundo, no podemos negociar con el reduccionismo de los formatos. Cuando hay que aprender, hay que cachetear a la voluntad y a la atención para disponernos a remar esos oleajes de conocimiento.
Alerta de contenido! No quiero decir con esto que textos largos, sin condimentos, sin formato, sin atractivo sean propicios para aprender. Muy por el contrario. Los avances de las neurociencias y de la investigación aplicada a la educación nos han permitido advertir estrategias increíbles para captar mejor la atención y el estudio. Estrategias novedosas, que interpelan a la emoción, al juego y a la motivación.
El estudio no tiene por qué pelearse con el entretenimiento y el juego. De hecho, grandes aprendizajes se logran mediante la experiencia lúdica.
Pero ello no negocia el contenido, contenido no vanalizado, no reducido, con su complejidad inherente.
En una época de breves TikTok, de gifs adictivos y celebracion de frases y mensajes cortos, muchas veces quienes ejercemos la docencia nos vemos en la encrucijada de tener que ceder o negociar ante la mirada de un estudiante exigente, inmerso en la cultura de la velocidad. Esto es, acortar el contenido, reducir la cantidad, adaptar al lenguaje coloquial. Esto puede servir en ocasiones, para empatizar, para acercarse, pero no creo que deba ocurrir siempre. Y aquí esta el eje de mi mensaje, en el equilibrio. Creo que los dos roles (el del estudiante y el del docente) tienen que deslizarse de una modalidad a otra, permitiendo a ambos practicar la empatía, ejercitarse y exigirse. Si solo los docentes adaptarán su contenido a la realidad estudiantil, se perdería la riqueza del otro, la disciplina, el esfuerzo por la conquista del conocimiento. Y me refiero al conocimiento en el sentido más amplio: el que refiere al mundo externo y el que aborda el mundo interno.
Seamos innovadores, pujantes, pasionales, sin perder de vista la profundidad y la problemátizacion de contenidos, siempre que sea necesario.
A quien llego a estas líneas finales, agradezco y felicito. En tiempos de noticias rápidas y velocidad, la lectura y atención sostenida, son monedas preciadas.