Imaginen una escuela. Recórranla con la imaginación. Piensen el escenario, las personas, las acciones que allí transcurren… ¿Pudieron? ¿Cómo era ese escenario? ¿Qué escuela imaginaron?

Seguramente, esa representación, ese imaginario, diste mucho de lo que hoy estamos viendo y vivenciando en un contexto de pandemia que nos ha privado de la posibilidad de transitar otros espacios de aprendizaje, trátese de un edificio escolar, un parque, un museo o la misma calle. Un escenario en donde el aula es el propio hogar, donde las actividades se comparten a través de bits y las personas se conectan pantalla mediante, si se cuenta con esa suerte.

Claramente, uno de los desafíos más interesantes que le ha tocado vivir a la educación. Y en ésta realidad no existen fórmulas, recetas ni planes maestros. Cada actor debió reforzar sus herramientas y recursos para aggiornarse a un contexto virtual, obligatorio, en donde “no queda otra” que subirse a esa nube y comenzar el recorrido. Pero sabemos que una nube se encuentra en lo alto, que puede ser un terreno desconocido, lejano, peligroso, algo endeble. Miradas cautas, otras más arriesgadas se alzan en éste panorama, deslizando un entramado de estrategias, planes de contingencia y hasta cambios de modelos pedagógicos.

Nadie se encontraba preparado para la velocidad en la que los cambios ocurrieron. Sin embargo, día a día, el esfuerzo y la dedicación están puestos en pos de mantener un canal de comunicación y aprendizaje que reduzca la brecha de la ansiedad, la inseguridad, la angustia y la desinformación.
Y en el medio de ésta meta titánica, se abren numerosos posicionamientos y opiniones, en donde se plasma la realidad y sensibilidad de cada actor: discursos a favor y en contra de las tareas excesivas, críticas y elogios al sistema de videollamadas, discusiones acerca del rigor académico y la exigencia mediante un formato virtual, recelos por cómo sostener un compromiso económico/social/comportamental ante la no presencialidad.
La semana pasada, conversaba con un grupo de alumnos de 5to año. Del diálogo, me quedó resonando una frase: “prefiero estar en la escuela que tener todas éstas videollamadas”. Preferencia pero también nostalgia por aquello que se extraña. Se extraña la rutina, ver al grupo de pares, incluso a los docentes. Se extraña el aula.

En cuanto al aula… considero que es una palabra que indica mucho más que cuestiones edilicias de cuatro paredes, un techo y presencia/ausencia de calefacción/ventilación.

Excede lo meramente estructural, para implicar un sentido más simbólico. Tiene que existir un espacio áulico simbólico que garantice la inter-conexión, la apertura y la comodidad para que los instrumentos pedagógicos y la motivación puedan vehiculizarse en pos del aprendizaje. Esto puede ocurrir en una escuela, en un bar, de vacaciones o en el interior de cada hogar conectados mediante dispositivos móviles.

El problema entonces, no sólo está en la importancia de la conexión con otros en un espacio físico (lo cual no se pone en tela de juicio), sino en la conexión socio-emocional que pueda promoverse en todo escenario en donde haya dos o más personas al encuentro de un canal de comunicación.
En conclusión, sin idealizaciones ni utopías, y dado que hoy no hay alternativas al contexto de suspensión de clases presenciales, invito a buscar detrás de cada ausencia o reclamo, ese pedido de ayuda ante una preocupación o angustia. Invito a facilitar el diálogo, a flexibilizar viejas estructuras y reducir los presupuestos y prejuicios. Puede sorprendernos la respuesta del otro lado si abrimos la confianza, si hacemos a un lado las perspicacias y recelos para pensar que en éste camino tiramos todos para el mismo sentido y que podemos generar un aula simbólica productiva y de contención, en donde el factor humano pueda relucirse.

Por Silvana Váttimo